21.7.09

Urgencias

Hay gente a la que parece olvidársele que está en una zona de urgencias de un hospital cuando se encuentra en ella. Bueno, o quizá no. Seguramente lo que ocurre es que esa gente que no adapta su comportamiento al entorno en el que se encuentra, simplemente es que no da para más. Excluímos a los niños, claro está, pero no a sus papás. Y entre los adultos que suelen destacar en lucimiento, diferenciamos a los hijos de la LOGSE, jovencitos/as ellos/as (incluido el subgrupo de los que suelen llevar mechas en el pelo y conducir motos sin casco y sin camiseta, y que sólo han ido al instituto porque a algún sitio habrá que ir), de los que, aunque rozaran la EGB, no destacaron por sus dotes intelectuales. Soy de los que pienso que la educación lo es todo en la vida, sin tener que ser repipi para ser educado. Y por supuesto, sin tener siquiera que haber ido a la escuela para saber comportarse. También soy de los que creo que vivimos en el mejor sitio que alguien pueda imaginar en sus sueños más dulces, pero donde, como diría mi abuela, ya no hay vergüenza.

Los avatares del trajín terrenal me han llevado hoy toda la tarde a las Urgencias de un hospital, en calidad de acompañante (sin consecuencias negativas, por fortuna). Traumatología. Un sitio en el que siempre acabo pensando que en cualquier momento va a llegar una ambulancia, o tres, u ocho, con heridos graves gravísimos, casi muriéndose, procedentes de un accidente, de un derrumbe o de un suicidio colectivo... qué sé yo. La sola imagen mental me desconcierta y aterra. Y no. Por suerte, y he estado calentando asiento la friolera de 5 horas, lo más impactante que he presenciado ha sido una chica a la que se le desencaja la mandíbula sin motivo aparente, y que tenía una venda alrededor de la cabeza, sujetándola. Me ha llamado la atención que, pese a estar en plena ola de calor, llevaba manga larga. Así debería tener el cuerpo. La chica, de unos 20 años, esperaba junto a su madre, cada vez más desesperadas, que alguien les echara una mano. Luego entré a la consulta con el viejo, que tenía un arrechuche, y cuando salí, ya no estaban.

Pero estaban otros. Vaya por delante que las Urgencias de un hospital, sea el día de la semana que sea e incluso a cualquier hora, suelen estar atestadas de gente (un tanto por ciento muy elevado de ellos, sin una urgencia verdadera de la que ser atendido), personas, enfermos y acompañantes, que se mezclan con un entorno habitualmente algo caótico y que suele dar sensación de provisionalidad, lo que acaba por dibujar una escena desagradable, ya que suele ser pasada finalmente por el tamiz de la propia sensación de inquietud que cada uno vive por dentro al acudir a un hospital por un avatar no previsto. Una caca, vaya. Y encima, si ocurre como en el Hospital de Traumatología de la Noble ciudad de Granada, mucho peor, pues a todo esto hay que sumar un sistema de megafonía que ha debido ser ideado por los inventores del Whisper XL. O quizá es más simple y es que el sistema no está bien regulado y simplemente hay que 'quitarle voz', pues cada vez que alguno de los médicos o celadores aprieta su botoncito para llamar a alguien a consulta, o a rayos... (¿Ponemos 30 veces en diez minutos?) se enteran hasta en el Padul. Eso sí que es contaminación acústica, y no lo de Pedro Antonio. Y tienen la jeta de poner por todos lados cartelitos de 'silencio'. Je. Paradojas.

Así, entiendo un poco mejor que la gente se olvide de que está en Urgencias. Como esa familia de Iznalloz (eran tantos y hablaban tan alto que no he podido decidir si quería o no conocer su origen). Y no es que fueran especialmente folloneros, deslenguados o repelentes, que va. Se veía gente humilde, sin más. Pero eran muchos, y tenían casi todas las sillas ocupadas. 13 he contado y alguno más que, pertinentemente avisado de la urgencia vía Vodafone (sí, era Vodafone, y le habían dado el nuevo móvil porque tenía muchos puntos), venía de camino. Y claro, ha llegado la hora de entrar a ver al enfermo a la sala de cuidados, una suerte de no habitación en mitad de la nada y por donde todo el mundo pasa vestido de bata, con una ristra de enfermos 'ensuerados' y aparcados en batería mientras esperan su turno para seguir el proceso tedioso de la urgencia en sí. "Pueden pasar", ha anunciado una enfermera, "pero sólo un familiar por enfermo". Ya, jeje. La norma la he cumplido yo y alguno más, pero no mis amigos de los Montes Orientales. De primeras han entrado cuatro de ellos, y en el momento de mayor apogeo de la 'visita' a la abuela (porque la mujer visitada era una señora longeva), se ha alcanzado el pico de siete. Siete¡¡ Tras varias peticiones de silencio y algunas intentonas de desalojo pacífico por parte de la misma enfermera que había anunciado el inicio del permiso, ésta ha tenido que acudir a un tono de voz más elevado y a la alusión a que aquello no era un mercadillo para que, en efecto, la zona quedara expedita. Eso sí, las visitantes 'desalojados' tras los avisos abandonaban el lugar con la cabeza gacha y a paso ligero, como el crío que es descubierto en plena trastada y tiene la opción de abandonar la escena del crimen sin llevarse un coscorrón. Pues así (igual que cuando el perro Goku se mea en su patio y lo pilla 'papá Germán'). Debió ser lo del mercadillo lo que entendieron, pensé, mientras me unía a la fila de salida.

Pero no han sido ellos los que me han motivado más ganas de salir de mi anonimato y ponerme de malafollá. Ha sido un criajo de 18 años, no tendría más (ya puede votar¡¡¡), que se ha dedicado durante varios minutos a repasar de forma pública los grandes éxitos de su flamante móvil, los cuales le mostraba orgulloso a su compañero de 'espera'. No se le veía muy nervioso al chaval por la suerte de su acompañante, mientras desgranaba uno a uno sus 'hits' favoritos, con sonido surraund. Si por lo menos hubiera 'pinchado' buena música... pero era puto reggaeton. ¡Y qué esperaba!

Tienen que cambiar los asientos, que están rajados, una mano de pintura tampoco vendría mal, y no sé, quizá poner algunas flores, que eso no vale mucho y hace la estancia más agradable. Pero, sobre todo, tienen que bajarle la voz a la megafonía, o acaso cambiar el sistema, y utilizar, si es necesario, a una persona para que pregone el nombre del siguiente infortunado, como antaño. "Manuel López Carmona", de viva voz, "al matasanos de la sala 3". Y que en los ratos libres, cuando no haya enfermos a los que llamar, familias de picnic ni adolescentes imberbes a los que reprender, que haga como todo hijo de vecino hace en su trabajo y se enganche un ratico al facebook. Que lo piense Griñán, que ahora hay mucho paro...

P.D. 1: Y de los médicos, celadores, enfermeros etc... ni una queja. Todo en orden.

P.D. 2: Felicidades papá. Ha sido una forma original de celebrar tu cumpleaños. Ojalá que cumplas muchos más.

3 comentarios:

  1. Asisa & Adeslas & Santa Lucia & DKV & Mapfre...

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  2. Quillo, hace un rato me he cruzado a tu padre y parece que está bien. ¿Habrá sido algo leve, no? De todas formas, esa experiencia en el hospital me suena... me imagino que toda esa gente no ha podido estudiar educación para la ciudadanía y, claro, pasa lo que pasa.
    Saludos, Anyo

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  3. Jajaja sí está bien... sólo fue un sustillo momentáneo y que pasó sin consecuencias... Gracias nen. En cuanto a la educ para la ciudadanía, mejor sería rescatar las reglas de urbanidad con las que me instruía mi abuelo. Niño, en la mesa no se habla (y mucho menos se canta).... Saludos

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